Antonio Molina Flores ...con Camarón

CAMARÓN, mito y leyenda.

Publicado en el número 7 de la revista LA FRAGUA, junio de 2015.


Primero fue la leyenda; después vino el mito. Pero como todos los relatos del origen, lo mejor será empezar por el principio.
En el principio fue la cinta casette. En una vida feliz y sin pretensiones, salíamos a la carretera con la música a tope. Solo había radio cassetes y la radio difícilmente se sintonizaba. Escuchábamos a Bambino y a Los Chichos. Después, en esta misma estela de música que se compraba en las ventas, vino Camarón. Hablo de carreteras, caminos y veredas de Galera, Huéscar, Baza, El Puerto de Santa María, Marbella y San Fernando.

Ricardo Pachón obró el milagro de poner a Camarón en la leyenda. Y la leyenda
no es otra que la montada a partir de unos versos de Federico García Lorca (sí, el que según el Régimen era homosexual, masón y socialista) y el Volando voy de Kiko Veneno. El álbum La leyenda del tiempo, el que hacía el número diez. Estamos en el año 1979. Entonces era ya un vinilo que escuchábamos en la calle Amor de Dios, en Casa Lola, aunque Pisco Lira se empeñase en llamarle El Farol Azul. Por esos años Juan, el Camas, siempre cerca de una sartén, nos cantaba en La Carbonería, mientras Sergio Lira hacía fotos íntimas de un tímido Camarón, ensimismado. Tampoco era flamenco, era otra cosa, porque el flamenco se desbordaba por sus costuras. Ya Miles Davis  había grabado en 1960 sus Sketches of Spain. Y más tarde, en 1996, Enrique Morente publicaría Omega.

En el Festival de Rock de Marbella, vimos la puesta en escena de Camarón, pero las estrellas de un amanecer con fuegos artificiales fueron Triana. Contra lo que parece idea dominante hoy, Camarón no tenía tantos partidarios. Siempre fue polémico; iba por libre. Y desde luego no se ajustó nunca a lo que se esperaba de él, porque de un modo sutil fue rompiendo todos los moldes.
La leyenda se iba abriendo paso entre peleas sonoras de mairenistas y defensores de cantes payos; peñistas y venteros; cavernícolas y modelnos. Desaparecidos unos y sin referencias los otros, Camarón fue poco a poco adueñándose del canon. La leyenda también se acrecienta desde fuera. Elogios de Mick Jagger; Miles Davis comprando en Sevilla, acompañado por Jorge Mir, todos los discos de Camarón. O un inconmensurable Prince en Cádiz que exigió las habitaciones del hotel pintadas de negro y… toda la discografía de Camarón.
Y después vino el mito. Y no hay mito sin muerte. La cosa nace en el cementerio de San Fernando, curiosa ironía. Ya lo decían los griegos, el héroe debe morir joven. Y así nace, como una flor en el desierto, un mito que ya dura décadas y va en aumento. Camarón revolucionario con cara de Che Guevara, icono ideado por Rafael Iglesias; Camarón santo; Camarón frágil; Camarón tímido; Camarón puro. Pero una pureza híbrida, la pureza del bronce. Ya nos advirtió el maestro José Luis Ortiz Nuevo en su Alegato contra la pureza.
Unido ya para siempre a Paco de Lucía y Enrique Morente y diluido en esos territorios difusos que llamamos La Línea, Hospitalet o La Isla de León. Y esos espacios en los que se adensa el tiempo, la Venta de Vargas y El Candela.
En palabras de Federico:
“Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.” 

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