El Pregón

Por Lolo Picardo



Publicado en el número 9 de la revista LA FRAGUA, abril de 2016.


Después de muchos años cantando para atrás, cantando en academias, cantando en peñas y tablaos; después de muchos años enseñando flamenco en Madrid, de vivir el flamenco, de sentir el flamenco, Paco, el Trini o el Trini de La Isla, como a él le gusta que lo llamen, presentaba el pasado mes de enero su primer trabajo discográfico llamado Mi sueño, en el Teatro de la Cortes de su Isla de San Fernando. Toda la ciudad y parte de la provincia estuvieron arropando ese metal de voz inusual, ese cante que transmite desde los primeros sones.

Un trabajo lleno de vida, de fuerza, de llanto. Un disco magnífico donde se hace acompañar por las mejores guitarras de La Isla. Su música llega, hace soñar con un  flamenco limpio, nos impregna del sentimiento más genuino o nos hace latir con ese templado compás que le caracteriza. Trini es único, los arcanos del flamenco cañaílla siguen acompañándolo allá por donde va y continúa impregnando su cante, de los olores de las marismas y esteros. Soleá de Cádiz, siguiriyas, malagueñas, abandolaos, fandangos y hasta unas bulerías preciosas de Cecilia Gómez, Ramito de violetas, a la que ya Manzanita se encargó de darle el toque flamenco y ahora el Trini la ha dotado del estilo más cañaílla.

Hay que destacar el Pregón del marisquero, novena entrada del trabajo discográfico donde canta por Alvarito de La Isla, a dúo con el insigne Miguel Poveda y acompañados por la sobresaliente guitarra de Jesús Guerrero. Unos tanguillos que por estas tierras se han cantado bastante y forman parte de nuestra banda sonora particular.

Álvaro de La Isla.
Cedida por la Venta de Vargas
 
  
Alvarito de La Isla es su inspiración, qué bello es que dos paisanos marchen de la mano y que el fin sea revivir una copla que fue tan querida en la ciudad y por un cantaor al que le debemos respeto y veneración. Porque Alvarito pertenece a esa lista de cantaores que han cimentado con arte el tronco flamenco de La Isla por los teatros de toda España. Fue asiduo de Torres Bermejas y del Corral de la Morería, los tablaos madrileños de moda en los años sesenta, y grabó una película junto al Príncipe Gitano, donde hacían una riña cantando por fandangos. 

Un periodista de la época lo definió en 1953 como un «cantaor de cepa» y no es de extrañar que lo calificaran como de los mejores cantaores de fandangos, siendo comparado con Porrina de Badajoz o Rafael Farina. No en vano, Pastora Imperio lo llevó en su compañía y recorrió los mejores teatros de España, Marruecos y Guinea Ecuatorial.

Fue uno de los elegidos para la reapertura del tablao Los Canasteros de Manolo Caracol, un viernes 27 de septiembre de 1963, acompañando a Gabriela Ortega y a Manolo Mairena. 

Alvarito se estableció en Madrid, se casó y tuvo un hijo, pero murió demasiado joven, con 42 años y muy repentinamente. Quizás si la muerte no le hubiese sorprendido a tan temprana edad, Alvarito de La Isla hubiese estado volando alto, alto en el mundo flamenco de aquella época.

Desde pequeño demostró sus dotes flamencas, esa voz peculiar, esa altanería sin pertenecer a una clase adinerada, pero Alvarito, con su terno impecable y sus llaves de aquel coche imaginario, siempre daba la impresión de tener el monedero lleno, incluso al abandonar determinadas fiestas, aludiendo que había sido contratado para algo más grande. Pero él se quería a sí mismo y se creía artista, cosa que era cierta. 

Esa forma de autopromocionarse era típica de aquellos años, cuando la pobreza era el marchamo predominante en los artistas y el llevar un buen abrigo o unos zapatos brillantes sinónimo de riqueza y éxito. Ya Antonio Burgos, en la biografía autorizada de Curro Romero, contaba la estrategia del torero para situarse en el escalafón, con trajes de segunda mano, coches prestados y utilizando como residencia uno de los hoteles de más prestigio de Madrid, el Wellington, de cinco estrellas y que en ocasiones no podía ni pagar las facturas. Lo importante en aquella época era aparentar y que la gente pensara que la vida te sonreía; el resto vendría por añadidura.

Álvaro de La Isla y un cabal.
Cedida por la Venta de Vargas
Contaba la ventera María Picardo, de la Venta, la de Vargas, que como cada mañana desayunaba en la mesa principal de la cocina, con su pan, su café de pucherete en vaso grande y su leche condensada, que se vio con la necesidad de mandar por la mantequilla de «la vaquita» a Alvarito de La Isla a la panadería El Castillo, que se encontraba a unos doscientos metros de la Venta. El cantaor presto accedió al encargo de María, pero los minutos pasaron y no llegaba el encargo. Al final, el pan acabó mojado en aceite de oliva virgen y con la incredulidad de la ventera. La ausencia del cantaor se prolongó por horas en un principio, después por días y meses. Al cabo de un tiempo y ante la sorpresa de María, Alvarito se coló con la esperada tarrina de mantequilla. Por lo visto, saliendo de la Venta, un camionero le propuso que lo acompañara a Madrid y allí, cuando vieron el potencial del cantaor, no le dejaron irse. Su simpatía fue contarlo con la tarrina de mantequilla en la mano.

El Trini y Alvarito, dos cantaores unidos por «el pregón», una copla de sal y estero, de marismas, de bocas y coquinas. Un canto a La Isla y un testigo musical de que nuestra historia flamenca existe.

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